Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1879-1880 (Cortes de 1879 a 1881)
Sesión: 15 de junio de 1880
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 190, 4859-4861
Tema: Libre ejercicio de la regia prerrogativa

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra para rectificar.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. SAGASTA: Cosa extraña es, Sres. Diputados, que yo supiera de antemano el discurso que acabáis de oír de labios del Sr. Ministro de la Gobernación antes de que el Sr. Ministro de la Gobernación lo pronunciara; pero con efecto, lo había leído en un periódico que se llama democrático, y que por lo visto tiene grandes afinidades con el Ministerio; son ni más ni menos las palabras de ese periódico las que S. S. ha repetido. Como ese periódico sigue por lo visto tan fielmente las inspiraciones del Gobierno, el número de hoy parece inspiración suya, y era de esperar que éste no lo repitiera aquí: lo ha repetido, y esto abona poco la fecundidad del Ministro de la Gobernación, porque pudo inspirar eso en el periódico y reservar para este lugar otros puntos de ataque a mi discurso; de manera que S. S. no se quiere bien y ha dejado mal a ese periódico. Hoy hay periódicos antidinásticos que son ministeriales; cosa rara en los fastos políticos de este país, pero que estaba reservado el hacerla posible a ese Gobierno.

Yo no he de seguir al Sr. Ministro de la Gobernación en la rectificación que hoy ha hecho de mis palabras de ayer, porque ciertas cosas no son para tratarlas en broma.

Lo que aquí estamos discutiendo es harto grave, puede tener trascendencia inmensa, para que se trate con la poca formalidad con que lo trata el Sr. Ministro de la Gobernación. La política es cosa seria y no juego de niños. Ya que este partido creéis, o sin creerlo decía que es un niño, podíais tener por lo menos la formalidad de tratarles como hombres. Por lo tanto, todo lo que S. S. ha tratado en broma, todo lo omito yo; lo único que digo es que tiene razón S. S.; no somos un partido, estamos divididos, no nos entendemos para nada; pero en cambio, también decimos nosotros en el mismo tono que S. S. es un Ministro serio.

Yo no he llegado a decir nada respecto del antagonismo que resulta entre las palabras del Sr. Ministro de la Gobernación y las palabras del Sr. Silvela; cuando el Sr. Silvela condenaba ciertos procedimientos y decía: "yo no sirvo para ejecutar esos procedimientos, " precisamente se refería a los procedimientos [4859] que emplea S. S. (El Sr. Ministro de la Gobernación: No; a los de S. S.) No puede ser a los míos. ¿Cómo había de ser a los míos, si en la época a que pudo referirse, S. S. era subsecretario mío? No puede creer que de esa manera ni tan directamente atacara el señor Silvela a S. S.; lo hace más delicadamente. Se lamentaba el Sr. Silvela de ciertos procedimientos, procedimientos que se referían a las últimas elecciones, y decía con una lealtad que le honra: "yo no sirvo para esos procedimientos. " Cuando el Sr. Silvela se lamentaba y decía: "yo no comprendo lo que quiere decir eso de mayorías mías y tuyas; yo no traigo mayorías mías, " ¿a quién se refería, más que al Sr. Romero Robledo? (El Sr. Ministro de la Gobernación hace signos negativos.) Pues siga S. S. con esa ilusión, como con otras muchas; pero todo el mundo lo entendió así, y todo el mundo además lo comprende. Yo le puedo decir más a S. S. que como el Sr. Silvela, siendo Ministro de la Gobernación, presidió unas elecciones para las cuales se acordó que viniera la misma mayoría, acuerdo que se tomó en Consejo de Ministros por indicación misma de S. S., resulta todo lo que yo quise demostrar ayer: que las elecciones se han hecho en Madrid, y se han hecho por S. S., y que el Sr. Silvela, cumpliendo con su deber de presidir las elecciones, no tuvo más remedio que dejarse llevar ya de los acontecimientos; y a mí me extrañaba que, atendido el talento del señor Silvela y su perspicacia, se hubiera metido en una corriente a la cual no tenía después más remedio que entregarse, porque si hubiera querido luchar contra ella, se hubiera ahogado.

Por lo demás, si S. S. quiere buscar aquí antagonismos, los puede encontrar mucho más cerca. Nosotros no tenemos antagonismo ninguno; estamos perfectamente de acuerdo en los principios fundamentales: respecto de los detalles también nos pondremos de acuerdo si realmente no lo estuviéramos, como creo que lo estamos. Pero ¿quiere S. S. que cada vez que se levante un Sr. Diputado tenga derecho el Gobierno para hacer un examen y convertirse en profesor, y que le contestemos? Nosotros tenemos una bandera definida, nosotros tenemos unos principios definidos, nosotros tenemos marcadas las líneas generales de la política, y si algún día llegamos al poder, sabrá S. S. el programa del partido liberal. (Murmullos.) Me refiero a los detalles. ¿Pues qué programa presentó el partido conservador para subir al poder? ¿Dónde está? No lo conozco, no lo conoce nadie, ni vosotros tampoco, que habéis recibido con ciertos murmullos mis palabras. ¿Es que no las hay entre vosotros? ¿No se ha presentado aquí la ley de instrucción pública, sin que haya podido concluirse porque no se han puesto de acuerdo todavía los que componen la situación que tenemos enfrente? Es más: no la traeréis, para no descubrir esos antagonismos. Pues nosotros no nos habíamos de encontrar en semejantes dificultades, ni por esa ley ni por ninguna. Pues qué, ¿estáis todos conformes con lo que aquí habéis votado? ¿Pues no ha habido algunos que han votado con las minorías en cuestiones importantes, y otros que no han votado con nadie porque han tenido por conveniente abstenerse? Y si estáis conformes con todo lo que habéis votado, ¿no revela eso una inconsecuencia evidente y palmaria, en oposición con lo que votasteis en otras ocasiones? No: ni en eso ni en la cuestión de jefatura hay antagonismo alguno, y extraño mucho que S. S., y sobre todo el Gobierno, que sabe lo que en otros países pasa, se admire de que aquí no haya un jefe que lo domine todo, por lo cual se va a poner en gran aprieto a la Monarquía para el día de mañana.

Señores, ¿qué acaba de suceder en Inglaterra? ¿No sabe S. S. que el partido liberal tenía allí tres jefes reconocidos, y cualquiera de ellos que hubiera sido llamado por la Reina Victoria hubiera formado Ministerio con el partido whig? ¿No sabe S. S. que fueron llamados todos ellos? ¿Y no sabe S. S. que se acordó por todos que se encargarse de la formación del Ministerio Mister Gladstone, que no era en realidad el verdadero jefe activo, porque había dicho ya que por sus años y por sus achaques quería estar separado de la política? Pues todos esos jefes entraron a formar parte del Ministerio. Pero es más: ¿es que queréis tener sujeta a la Corona para que no nombre nunca más jefe del Ministerio dentro de vuestro partido que Cánovas del Castillo? Ya lo dije yo ayer, y os incomodasteis conmigo: ahí veis la demostración: o Cánovas o nadie. Pues nosotros decimos: cuando S. M. se sirva llamar al partido liberal, sea quien fuere el encargado por S. M. estamos todos en el deber de ayudarle. Esto es lo que dijo Mister Gladstone en Inglaterra contestando a los conservadores, que le decían lo mismo que hoy nos dice el Sr. Romero Robledo; y esto es lo constitucional, esto es lo parlamentario, esto es lo conveniente a la Corona. Pero aquí disuena, por lo visto, la proclamación de los buenos principios del régimen constitucional, y los conservadores se incomodan cuando nosotros decimos que esos principios se atropellan; con lo cual descubrís perfectamente vuestros propósitos. Aquí no hay más política hace mucho tiempo que "Cánovas o nadie. "

Este es el caso en que ha puesto la mayoría a S. M. el Rey. Dos veces, Sres. Diputados, dos veces ha querido la Corona salir de ese estrecho carril en que le habéis colocado; dos veces ha querido salir, utilizando los servicios de personajes ilustres, de personas salidas de vuestro mismo seno, con hombres célebres del partido conservador, y las dos veces ha esterilizado la mayoría este deseo de S. M. De manera que ya se sabe; estamos condenados a que el Sr. Cánovas del Castillo presida todos los Ministerios del partido liberal-conservador, a no ser que por cansancio, por enfermedad o por cualquier otra causa no pueda presidirlos; pero en ese caso los presidirá única y exclusivamente la persona que él indique, porque mientras esta mayoría exista no puede haber más Presidente que él.

Todos los reunidos el 23 de mayo, todos aceptaron el discurso que yo tuve la honra de pronunciar; todos le han aceptado; todos lo han dicho así en la alta Cámara y lo repiten aquí. ¡Que aquello era un programa! Eso no lo dije yo, ni lo ha dicho nadie; ayer no dije yo que fuera un programa, sino que en aquel discurso se había informado el programa del nuevo partido. Ni por su forma se puede llamar aquello programa; pero si todos aceptan aquel discurso, y su espíritu ha servido para el programa del partido, los programas de los partidos se hacen aquí, que es donde se pueden exponer; aquí, ante los Cuerpos Colegisladores; esta es la obra que ayer tuve yo la honra de llevar a cabo.

El discurso envuelve una doctrina, en opinión del Sr. Ministro de la Gobernación, hasta peligrosa. No sé si por lo excesivamente liberal; pero sea por lo que fuere, si es el programa del partido, ha venido S. S. a reconocer que el partido este tiene un programa, si bien distinto del partido de S. S., y hasta le infunde miedo; por consiguiente, póngase S. S. de acuerdo consigo mismo, y póngase también de acuerdo con el [4860] Sr. Presidente del Consejo de Ministros y con el señor Silvela.

Tenemos programa; tenemos programa muy distinto, como era natural que lo fuera, del programa que inspira los actos de ese partido conservador. Así lo han dicho y lo han reconocido personas que por lo visto no están de acuerdo con S. S., aunque están en el mismo partido. ¿Recuerda S. S. lo que decía ayer el Sr. Silvela? Que era correctamente constitucional lo que habíamos hecho; que se felicitaba de la formación del partido; que en lugar de contrariársele y de buscarle antagonismos, debiera ayudársele, porque esto era lo mejor que se podía hacer a favor de las instituciones. ¿Hay semejanza entre lo que dice el Sr. Silvela y lo que ha dicho S. S.? (El Sr. Ministro de la Gobernación: Hay identidad; semejanza, no.) Pues este es un ataque más que el Sr. Silvela le ha dirigido a S. S. por sus inconveniencias. Y el mismo Sr. Silvela dijo ayer que la importancia del acto era de tal magnitud, que significaba poco enfrente de ella la existencia del actual Ministerio. Y así debe ser: entre la política fundamental del Sr. Silvela y la política pequeña del Sr. Ministro de la Gobernación hay un abismo. Entiéndase S. S. con sus compañeros.

Ha vuelto S. S. a traer al debate el nombre ilustre del Sr. Duque de la Torre.

Yo me alegro que S. S. se tome tanto interés por el Sr. Duque de la Torre. Si S. S. cree que se toma más interés que nosotros, tanto mejor, porque nosotros no necesitamos demostrarlo, porque el Sr. Duque de la Torre lo conoce perfectamente. Cuando el Sr. Duque de la Torre se ha dado por representado en aquella reunión, no ha dicho lo que S. S. ha supuesto con aquella frase, que creo que no cuadra en este sitio, de "esquilar el perro; " porque yo no podría decir que como en todo caso el perro que se trataba de esquilar en aquel acto era el señor Presidente del Consejo de Ministros, resultarían, si lo dijera, patentes los inconvenientes que traen consigo ciertas ligerezas y ciertas rebuscadas gracias. Por lo demás, yo respeto mucho al Sr. Cánovas del Castillo para complementar la poco feliz ocurrencia de S. S.

Repito lo que dije ayer: el Sr. Duque de la Torre, por sus circunstancias especiales, por los elevadísimos puestos que ha ocupado en este país, y por otra porción de consideraciones, no quiere, y en mi opinión hace muy bien, estar en el roce constante y en la lucha continua de los partidos; pero con nosotros está, y donde quiera que él esté estoy yo, y donde quiera que esté yo está él, y donde quiera que estemos los dos, él es el primero y yo el último. Y no tengo más que decir. [4861]



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